Conmemorando los 100 años del nacimiento de Cantinflas revisamos uno de sus filmes disponibles en la web, "Un día con el diablo", una comedia enredos estrenada en 1945.
Estamos en 1942, año en que México declaró la guerra a las potencias del Eje en medio de un conflicto bélico que captaba la atención mundial desde tiempo atrás. Cantinflas interpreta a un humilde vendedor de diarios que es confundido con un soldado desertor del Ejército. La ocasión no puede ser menos oportuna para el hombre. La máquina burocrática funciona implacable y la situación, un completo absurdo moderno, empeora cuando las autoridades deciden enviarlo al frente de batalla. Un completo anónimo y desadaptado social termina en la antesala del infierno, inmerso en una cruenta guerra.
Sobreviviendo al reclutamiento premunido de su picardía y buen humor, el ánimo patriótico no es ajeno al personaje, aunque mucho no entienda de estrategias e incluso quiénes demonios son los países del Eje. Aún así, ¿quién no podría entender el valor de defender los colores de una nación? En su genérica idea de esta guerra, Cantinflas por equivocación termina dando un discurso incendiario en cadena radial. Su arenga logra avivar a sus compatriotas y los mexicanos asisten a reclutarse en masa.
En calidad de héroe, Cantiflas es enviado a luchar con los japoneses, con quienes pelea ferozmente como ningún otro soldado. Una bala perdida acabará con este valiente peladito quien, traslado a una dimensión divina, terminará iniciando un recorrido por el el cielo y el infierno. Mientras San Pedro tramita su ingreso al descanso eterno, Cantinflas entrará en charla con un alicaído Diablo, apesumbrado al ver que cada día menos gente le teme a su existencia. Ambos iniciarán una animada conversación sobre el pasado, presente y futuro del mundo, la guerra, la paz y la democracia.
"Un día con el diablo" es un claro ejemplo del cine de comedia construído por Cantinflas a lo largo de su carrera. Se sirve de un personaje popular y querible, que ante las contradicciones y absurdos del mundo moderno no sabe más que ponerle buena cara. Su juego con el lenguaje queda en evidencia una vez más, creando arengas patrióticas intrincadas pero de escaso contenido, que paradójicamente tienen una forma discursiva potente.
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